CANCIÓN DE CUNA.
Era obvio que aquello iba de un lado a otro, y que la sombra que se formaba en el techo se movía respecto a mí de derecha a izquierda, y viceversa. En esta posición estuve un día tras otro durante muchos días, no sé cuantos, siempre a la misma hora y con la misma frecuencia; el movimiento era pausado a un ritmo totalmente cadencial. De vez en cuando sentía su voz, tan suave y cercana, que me hacía cerrar los ojos. También me aletargaba el calor posado sobre mi cuerpo, o la brisa fresca que soplaba pasando como una suave mano sobre mi cara. Por el balcón se agitaban las ramas, o algo frondoso que lo recorría en forma de péndulo uniforme cargado de hojas verdes sobre el tono gris del cielo. Algunas veces unos visillos blancos en la ventana, y cuando mis ojos se entornaban aquella voz pausada iba cesando de arrullarme, desapareciendo, decreciendo hasta el silencio. Es obvio que en este lugar (todo tan diluido en blanco), y ahora en este instante, otra vez el cielo con ese gris, y mi c