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LUZ EXTRAÑA.

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No sé muy bien cuándo me ha ocurrido. Me había puesto unos enjuagues con un lingotazo de Listerine. Un hombre de este tamaño sin pegar un palo al agua no es cosa buena. Me habían dicho: hoy o mañana . Ya sabes eso de que llega mañana y otra vez te dicen lo mismo: hoy o mañana, ayer ya no puede ser. Incluso en los recuerdos no puede ser. Insistí en permanecer un rato en todas las colas preestablecidas para ir pasando buenamente las horas matutinas. Según iba caminando a la espera de una entrada para eventos deportivos, o me encontraba con una vuelta y media de gentes con sillas y tiendas de campaña para una lidia de toros, o para un drama teatral, o para un juglar juvenil todas quinceañeras, lolitonas, palpitando su sisito unas veces virgo, otras veces sin virgo, siempre húmedo bienoliente a carnaza de pescado. De esa forma peculiar pasaban los días, tardes muy amplias después de mañanas vertiginosas, fluctuando ligeramente las corrientes del aire veraniego, con eso

AÚN AQUÍ.

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En la memoria hay una luz tenue y una mano larga que te acaricia. Apenas briznas de realidad, sólo un mundo imaginado. Pero aquella mano tan suave que se posaba sobre tu cabeza, en un gesto leve que aún sostienes en el recuerdo. Su forma ruda, y el suave amor de su ternura. Aún aquí. Recuerdo un mes de Abril. Mi madre me había contado un cuento para dormirme de dos gnomos que se habían quedado perdidos en un bosque lleno de líquenes y senderos repletos de hojas amarillentas de saúcos, castaños, abedules, robles, y lleno de setas protectoras de fríos y frutos ingrávidamente desprendidos. Resulta que uno de los gnomos no quiso marcharse de la habitación y permaneció conmigo no sé cuánto tiempo, con su carita colorada, su barba blanca y nariz regordeta, su capirote rojo, su amplio cinturón de hebilla dorada, sus babuchas de media caña, su saco de arpillera , y sus grande orejas picudas que lo escuchaban todo, y aquellos pies tan extraños y alargados. Pues eso, mi madr

DE ESTE MUNDO.

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Vaporosas las costumbres de emitir lo vaporoso. Cuando te abren la puerta están ellos allí. Las fotos colgadas sueltan fragancias de nostalgia. Ya estaban abrazados. Y desde el aire en sus diferentes densidades descubres su soledad. Debajo de la piel estamos nosotros hurgándonos. Sólo es una permeabilidad exigua, transpirable. Hay algo animal que no detectamos, y existe como ese suave piélago al atardecer. Si vas allí, detrás de la puerta,   las sombras dejan un rastro en forma de beso que se mueve. Es un beso, se ha quedado sobre los posos del aire, y no quiere salir. Está lleno de nostalgias. Su aliento tenía esas cosas que nos hace humanos, no sé cómo decirte, si alguna vez entraste en el portal y había empleados municipales con un camión chupona trajinando una alcantarilla, así olía su aliento; todo es imperfecto cuando es real. Después de tantos años de amontonados aún la besé, y pensé para mi mismo, esto es amor, porque era muy temprano, y ella se estab

ME HUELE A HUMO DE TABACO.

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Y si aún amas así, a qué viene esa desdicha en tus pupilas con rastros lentos de caracol en tu mirada perdida.- y aún, todo lo anterior a olvidar- Dime si sobre tu corazón circunvalan mariposas del invierno. Me acercaría a ti, para sentir tu calor, para quitarme el miedo a los gusanos. A veces pienso que en tu interior vuelan seres que no encuentran la salida, tan llenos de vueltas perdidas. Viven de lo que tú escuchas llenos de aburrimiento. Tengo una vena aquí, que es como un surco, no sé dónde acaba. Ven a ver conmigo, no tengas miedo. Hay un camino muy largo, con gente crucificada a los dos lados. Desde el sofá me declaro todo lo insatisfecho posible por un carro de cadáveres. Me da pena decirte que por el único agujero que me importa me han metido un tubo ínfimo de deseo, e infinito –meter y meter, era inacabable-. Han visto nubes manchadas sobre las colinas en forma de manos abiertas. Llegaba   donde estaban esperando el aire y me   soplaron por la punt

NO LO OLVIDARÉ NUNCA.

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El niño subido sobre una silla que mira a la oscuridad. Yo he visto su gozo sobre el árbol caído, y el árbol muerto. La noria dando todas esas vueltas. La melodía que sube de la plaza: saxo solitario (aquí su forma de voluta). Saxo estruendoso a veces, sutil voz que nunca más. Y una llamada. Ahí estuve. Sinceramente lo digo. Hubo alguna vez una puerta rota y unas escaleras pendientes. Olor a lejía. Y la llamada por primera vez, y desde entonces todas las llamadas. Una voz larga. Una orden de repente. Desde ese día. Se puede esperar una llamada. Siempre (las más horribles en la mitad de la noche). Aún los ilocalizables pueden esperar una llamada. Desde ahora la llamada me perseguirá siempre. Por primera vez el sentido de mi nombre. Y luego. La llamada es indispensable para reconocerte. Todo ocurre porque existe una llamada. No es una broma. Todo les puede ocurrir a los que viven. Y de repente una carrera inalcanzable. Había sido llamado. Era un

CAILLEACH

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Guarda mi sueño. La antigua sensación que no olvidas. Un beso largo sin amor que permanece. Has sido el elegido para penar por las calles. Entre puertas cerradas, solares vacíos, hasta que llegue el encuentro que te redima. Aplastado por el peso de la noche, boca arriba, con esa mueca de los seres imposibles. No hay dos caras que queden iguales cuando las visita la muerte. He de recordar una fantasía antes de que mi boca se llene de estrellas esperando un último beso.No era un presentimiento. Me desvié en la revuelta del Perdón y subí una corta senda que da a la cueva del Chanto. Era una tormenta de verano intensa. Por las montañas de Ansilán  había claros azules por donde se filtraba el sol en forma de rayos casi místicos, y  en el escarpado de Arrumas una nube negra que asustaba, con truenos largos y relámpagos que partían el cielo en la lejanía. Casi empapado logré entrar en el Chanto, atravesando un empedrado de aluvión pastoso y losas de pizarra que había a la entrada.

ESCONDITE.

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                                                                                                           No hay el menor rastro de mi en todo lo que encuentro, mil veces contados los pasos nada. En lo leve ni en lo trágico. Ni en el recuerdo permanezco. He olvidado las distancias, lo inmediato, la luz que me cubre, el pesado marco de la puerta que me hace visible o invisible nada. Sin rastro permanezco. Dado la vuelta. Vaga la imagen. Irreconocible. No existo en el espejo. Sólo me llegaba aquel olor a goma caliente de las ruedas del coche. Los sentí correr hacía un lado y al otro. Cuando estaba llegando al cuarenta abrí los ojos, me los restregué, no había nadie y el sol me cegaba. Di dos vueltas sobre mis pies y todo me pareció extraño, las casas, el pequeño parque, y sobre todo el crucero de la plaza, no había crucero, en su lugar una estatua alada que no conocía. No cabía duda, no estaba en el mismo sitio, no sentía las mismas voces, l

MUY PESADA.

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Volver al punto de partida: El mismo camino y los otros dos caminos a elegir. Volver a decidir los mismos sucesos. La curiosidad no es más fuerte en mi que otro sentimiento cualquiera. Hay tanta inmensidad que aún sabiendo que elegiré el mismo camino de siempre, me siento unos instantes a pensar en cómo repetiré la misma tristeza. Sin acogerme a lo que la naturaleza me ha dado me traslado con esa sensación de que voy aprisa. Y en realidad no puedo deciros si es cierto. Me comparo con otras veces que iba lento. Desde hace un tiempo a esta parte camino como un recluso liberado, con esas largas pisadas que iban de una pared a la otra en las salidas al patio. Lo extraño es que no soy consciente de esta ceremonia en el sentido de qué armonioso, ni a  qué amplitud acelerada. Ni si en algunos intervalos avanzo constante sabiendo de dónde he salido ni a dónde voy. Tampoco puedo deciros  cuánto tiempo entre dos puntos, porque desconozco la trayectoria al ser esta completamente alea

CAERTE MUERTO.

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Entre cada estío hay un periodo de enorme exhuberancia. El duelo de la tierra deja paso a rastros de espesos   colores, y la vida   alberga sublimes   instantes antes de desaparecer llena de dolor. Sabes. Aunque estés clínicamente muerto sobre el vapor que suelta tu boca en   un espejo se podría pintar un corazón. Y tengo que decirte que, cada cierto tiempo, en todo lo que toco pacientemente con la mano elevada en un gesto de caricia siento que mi deseo sigue intacto. Que me huelo a mi mismo y no me ofende, como si presagiase dentro de mí el estiércol como una solución final. No debes temer cuando surjas del estío en una nueva vida: perecerás de nuevo, resurgirás de nuevo. Fluir sin ninguna ley es el enigma de la teoría del caos. De dos sucesos antagónicos uno será sacrificado, y no tiene por qué prevalecer el más fuerte. Los designios dentro de   una vorágine no existen. A ciencia cierta no sé cuantos hombres en este instante se han doblado, golpeados po

DESVÁN.

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Hay algo que gira y que casi se hace invisible. Entre las gruesas losas entretejadas del desván había pequeños nidos de avispas y crecía el moho. Luego el aire entraba de aquella forma de silbo, y al subir y dar vuelta a la trampilla entrabas en un mundo inmaculado con un rastro de polvo posado sobre un desbarajuste de objetos. Percibías el rastro de los insectos por el suelo, y las telas de araña haciendo finos equilibrios sobre pontoncillos de madera llenos de polilla. Hay veces que piensas que ya has vivido algo. No sé cómo se llama. Es una extraña sensación de apenas dos segundos en que la realidad tiene las tres certezas del pasado del presente y del futuro. Ocurre que algo que percibes despierta en ti una rara dimensión desconocida. Recordaba los años transcurridos desde la última vez que había estado allí, sin tener una conciencia clara de cuándo había sido. Quizás lo que presentía en mi estómago, y en el peso extraño de mi espalda, era el principio angustioso

SIESTA.

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Cuando me mirabas tus ojos parecía que proyectaban una de Disney en Cinemascope (Mickey Mouse y su compinche Donald Duck). Así de grandes eran con tantas chirivitas. Fuera quería llover porque la primavera estaba harta de tostar la tierra, y los vapores del calor subían como humos de fábrica de cemento, con aquel olor a tierra amasada sin agua. Ese olor también lo tienen los caminos polvorientos, ya lo conoces. Y nosotros estábamos fuera, y es como si estuviésemos viéndonos también tras los cristales. Son las ventajas de lo mágico. Pero no sabíamos desde qué parte de la galería llena de enredaderas de pino y flores de azucenas nos observábamos a nosotros mismos. A eso de las tres de la tarde, después de comernos un melón entero así de grande como un balón de rugby, estirábamos las piernas para que no pasase nada, el respaldo eran dos robles que tenían tallo de mujer diabólica. Alguna abeja volaba hacía el trabajo. Los pájaros que se marchaban habían venido del otro lado del río, y de

ESPECULATIVO.

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Dos sombras. Entre las sombras una penumbra indefinida. Todos los días recurro a mi escondite. Nidos a los lados con no sé cuántos corazones. Entre tantas posibilidades de felicidad tiene que existir alguna desdicha. He abierto mi puerta. Encuentro mi olor, y cierro. En mi bloque creo que estoy considerado como un ciudadano normal. De esos que cuando matan a la mujer y a sus dos hijos y viene la televisión a preguntar, la gente contesta: “a mi él me parecía una bella persona”, “muy normal, vamos”. “Ella traía los niños muy limpios y aseados” . Yo puedo considerarme de esos: comunitariamente normal. Lo que ocurre es que soy un “ especulador de convivencia ”. Me gustan las pequeñas fechorías, atentados nimios a los bienes comunes o individuales; digamos que soy un distorsionador ambiental. Os podría enumerar la cantidad de insignificantes gamberradas que he hecho, todas con un disimulo digno del más calculador de los asesinos. No quiero cansaros con pormenores, sería para

CUÁNTICA.

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De todos los lugares que visitas siempre hay uno más frío. Otro lugar que visitas tiene un cálido recibimiento. Y otro te huele a confituras, a zapatos, a goma, a comida. Si existe el desdén me encuentro en su punto medio. Bajo sus influjos ausentes. Mis ojos están en medio de un punto muerto. Estábamos unos frente a otros, nos encontrábamos con los ojos una vez más de tantas veces, usualmente los domingos, sin nada qué hacer, habían bajado el día, alguien, para que estuviese allí, y había bajado con el día cierta claridad que asomaba por la ventana y caía encima de la mesa. Se cumplía la paradoja: existía lo que olía. Casualmente olía a potaje de garbanzos con bacalao. Los garbanzos mezclados con el bacalao, el bacalao hervido, todo junto, humeante. Casualmente la cocina era un espacio habitado, todos juntos, y la abuelita. Si ves nuestras manos boca arriba o boca abajo, son manos que llegaron hasta allí de aquella forma tan ruda cogiendo pan, cogiéndo los cubiertos, comíamos a

MARES DEL SUR.

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Una ventana abierta, en el frente otra ventana abierta. Algunas veces le leía a Stevenson, o Herman Melville, muy pausadamente. Y ella cerraba los ojos si era por el amanecer. Otras veces le decía que estábamos en una playa Hiva Oa de atardecida. Que sobre las montañas oscuras ya sin luz nubes espesas dejaban ver un nítido azul, y que una ligera brisa empujaba sus cabellos hacía su espalda. Sobre sus pies una arena blanca y cálida tapaba sus uñas pintadas de rojo. No faltaba el champán francés  ni brochetas de frutas tropicales, mientras aquella suave y húmeda brisa removía sus rizados cabellos. Sobre la mesita de noche le ponía un ventilador a bajas vueltas que removía el aire contra su cara, y ella cerrados los ojos, quizás imaginaba el Bounty con su motín, y a Marlon Brando con la cara del color del cobre. Algunas veces sonreía. Por el patio de luces asomaban tres claraboyas en forma de huevo y muchos rumores. Fue un instante impreciso sesgado de resplandores de televisión  y olor

SI FUERA MÁS DE DÍA.

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-El lugar donde rendido te has dormido no es igual que en el que despiertas. Sin embargo, en el intervalo temporal no ha sucedido nada, no hay un nexo que una los dos estados. Toda la vida he estado eludiendo situaciones comprometidas, vagos fantasmas. Habiendo llegado a una estación desierta. En mi existencia casi no hay relato, sólo un recuerdo circunstancial. No puedo culpar a nadie, el asesino soy yo. -Por una pequeña ventana una pequeña claridad. Esta noche me desperté aquí. Y no sé por qué tengo tanto miedo. Siento el eco de pisadas que se alejan al fondo del pasillo. Y ahora lo comprendo todo. A las siete de la tarde me trajeron a este calabozo... Le había avisado. Había días que subía hablar con él, hasta tres veces, a la nueve de la mañana, a las cuatro de la tarde, a las diez de la noche. Una vez subí a las dos de la mañana. Abría la puertecilla del trastero, encogido, y mostraba aquella cara con sonrisita conejera, “ya acabo”, “es un cajón de la cocina para

SALIR PITANDO.

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Aunque no lo medites, y te creas invulnerable, cada día es una ruleta, tú sólo pones el número. En un avanzado estado de desdicha las posibilidades aumentan. A veces te queda el sol, o la lluvia y todos los estados posibles de tu conciencia. Nunca pienses en lo inmutable. Todo da vueltas. Me he despertado sólo en esta pensión, y tengo esa sensación de que mi alma aún no ha llegado aquí. Mi postura sobre la cama podría ser la definitiva para poder morirme a gusto, totalmente estirado, boca arriba, y las manos sobre el pecho. En algún momento de la noche adopte esta postura. Y ahora no sé qué hacer con estos minutos que me quedan. Este paisaje no es gran cosa. Moscas extraviadas y los reflejos de la ventana sobre el borde de un armario con un color de caoba opaco por el uso, y unos visillos que aparecieron sin darme cuenta, descolgados de un lado. Pero mi día es este, no puede haber otro. Lo he elegido entre todos los días posibles, habiendo dudado hasta la saciedad por supersticion