RAMAS BLANCAS DE GINERIO.

Cuando Erika me pasaba por las pantorrillas aquellas ramas de ginerio comenzaba de nuevo la ceremonia mensual. Antes me había desplazado con la parsimonia que da la vejez por toda la avenida Puertollano hasta un tercero derecha, en el número treinta y ocho, entre un puesto de pan y un kiosco con muchas golosinas de colores. La habitación tenía dos escasas ventanas tapadas por cortinas romanas caídas hasta el suelo, y sobre ellas unos cortinones de terciopelo brocado de varios colores dejando una penumbra de arcoiris que cuando traspasaba la puerta, me daba la impresión de entrar en un hermoso templo en donde se reencarnaran la mismísima diosa Gea , o las desastrosas y perversas Moiras. Me había recibido previa cita con su pinganillo portátil, su gorra de las SS , su corsé de cuero, y unas bragas tan ceñidas que parecía que iba a explotar de un momento a otro. Era, dijéramos, muy neumática y extensamente grácil de movimientos. Y al abrirme la puerta se estaba corriendo por teléfono con ...