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Mostrando entradas de marzo, 2025

MI COMPAÑÍA.

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  Les dije: "Os puedo preparar cualquier cosa, cualquier cosa está muy bueno". Nada me contestaron; de todas formas, nada me iban a decir. Saqué de la nevera doce zanahorias, tres puerros, cuatro huevos, tres cebollas, varios brotes de coliflor y una fiambrera de cerámica con hígado encebollado. Sobre su superficie, una leve capa blanquecina delataba que había permanecido allí varias semanas. También encontré, dentro de una bolsa de tela bordada, varios mendrugos de pan. Les dije mientras me esperaban: "Podéis tumbaros un poco y tomar el fresco". Creo que entendieron la orden por el gesto brusco de mi cabeza. Las casas de campo del extrarradio tienen esas comodidades añadidas: están al ras del suelo y se puede salir por el alféizar de las ventanas. Salieron gruñendo. No esperaba menos de los dos. Él, con pequeños arrumacos de mal humor; Ella, olisqueando las esquinas, como era su costumbre. La comida para tres es muy fácil. Puse agua a cocer sobre el fuego de la coc...

MIMOSAS.

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  Mi tía Cástula terminó convirtiéndose en hortensia, fréjol, nabo, patata temprana, tomate cherry y demás frutos de la huerta. Esto fue después de un año  de que mi madre esparciera sus cenizas en el huerto que teníamos en el lado de bajo de la carretera. En aquel terreno, tres mimosas se erguían majestuosas y, cada febrero, llenaban el aire con un dulzor extraño e intenso. Recuerdo que entonces pensé que la tía Cástula también debía ser un poco mimosa. Fue en aquel primer año del siglo que nunca trajo el fin del mundo, cuando las mimosas dejaron un aroma tan profundo que llegaba hasta el río, que estaba serpenteando al fondo del valle, resplandeciente como cubierto de una capa de plata. Ayer por la tarde volví a Penairada. Me dio por subirme a la línea de autobús que, a pesar de los años, sigue deteniéndose frente al Parroquiano, aquel viejo local ahora casi devorado por la yedra. El Parroquiano conserva su chapona redonda con la palabra "teléfono" y un desvencijado letrero...

NO ME DEJES.

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  No ansío el juego del escondite, ese teatro de sombras y simulacros que la vida a veces representa. Mi alma, inquieta y voraz, clama por tu revelación, por desentrañar cada átomo de tu ser, por reconocerte en la esencia misma que te define, en aquello que trasciende lo efímero. El sigilo, esa ilusión vana, no es más que un eco fugaz que nunca alcanza la plenitud, un susurro que se pierde en el viento antes de tocar la eternidad. Sé mi refugio, cobíjame bajo el manto de tu presencia, que es tan vasta como la noche y tan cálida como el alba. Sé la sombra que disipa el ardor de mis heridas, aquella que atenúa el fuego que consume mis días. Sabes, porque lo has visto, que mi corazón encuentra su hogar en el hueco de tu pecho, que mi cuerpo tiembla ante la ausencia de tu mano, esa que me guía y me sostiene. Cuando el silencio se adueñe del mundo, cuando todo lo demás se desvanezca, acógeme en la profundidad de tu ser, donde el tiempo se detiene y solo existimos tú y yo. Nada de ti me ...